Manchas en las Manos
Un relato sobre mis comienzos, desde la visión del abuelo que soy.

Hoy, el abuelo soy yo
Un verano con ocho años mi padre me montó en un bus con un grupo que iba de viaje a Portugal.
Al subir una buena cantidad de señoras mayores no pararon de pellizcarme los mofletes y ofrecerme sin parar sandwiches de pan Bimbo con mantequilla que habían preparado para el camino.
Cuando eres niño te fijas en detalles en los que un adulto ni se fija y yo cada vez que me ofrecían otro sandwich no podía evitar fijarme en las manos que me los ofrecían cuyos dorsos tenían manchas y eso no me gustaba.
El poder de una madre.
Tantos tuve que comerme y tan a disgusto que al llegar a las Pedrizas vomité. Pero mi madre me había enseñado que no se puede rechazar un regalo de una persona adulta.
Hoy soy yo quien ya comienza a tener manchas en las manos y otra en la mejilla izquierda que os confieso he intentado quitarla con algún que otro producto cosmético sin resultados hasta el momento. A esas personas mayores les debo mucho de lo que soy.
No te enfades si no sale como quieres.
En San Petersburgo gracias al foro internacional de economía, el ayuntamiento ofrecía un concierto abierto de STING.
La hora coincidía con un espectáculo folclórico contratado para mi grupo así que hablé con Juliana, la guía de Savitur del otro autobús y ella se ofreció para quedarse con el grupo y así yo podría oír en directo y en Rusia la canción: because the Russians loves their children too o gritar como loco Rooooxane.
La interrupción del plan.
Así que una vez acomodados mis viajeros me dispongo a salir y en la puerta del teatro me encuentro con Elena, la guía de la que os hablo en “la Maestría” que me dice:
Oye si no me molestas mucho, te llevo a un sitio cutre donde podemos esperar a que salga el grupo.
Ante semejante propuesta, dicha con tanta “suavidad dulzura” y cariño no me pude negar porque yo como ha quedado demostrado desde mi más temprana edad, no me niego a comer un sandwich mantecoso y recalentado de ninguna señora mayor.
Además, intuía que esa invitación debió suponer un esfuerzo titánico de mi apreciada Elena. El niño dentro de mí seguía tarareando todas las canciones de The Police.
Te llevarán a dónde no quieres.
Y si era cutre. En el muelle del puerto, un bar de marineros.
En la época sovietica los marinos mercantes rusos fueron regalando souvenirs, y objetos que ellos consideraban iconos de nuestro mundo occidental, así que entre un poster de Casablanca innumerables matrículas de medio mundo.
Instrumentos marineros y dos borrachos que literalmente dormían la mona sobre la barra tomamos asiento.
Me apetecía tomar una cerveza (la natural es excelente) pero ella me invitaba a café, así que café.
Los planes de la vida son mucho mejores que los tuyos.
Y comenzó la clase de historia soviética. Como inevitablemente se tocó la política, y mi FB está concebido para “ganar amigos y no perderlos” por esas tonterías no entro en detalles.
Fue una hora y 3 cuartos de clase magistral de Elena que me llevó de Lenin a Medvedev, a la visión rusa sobre Ucrania, Polonia, Bielorrusia, los conflictos con los chechenos, así como la lucha interior de los habitantes de Uzbekistán y las demás repúblicas turcas que estuvieron bajo el paraguas de la URSS, pero a la vez muy influenciados por el islam, el deseo de Rusia actual de ingresar en la CEE….
Estoy seguro que ese sandwich histórico-sociológico me vendrá muy bien para el futuro. ¡Por algo se le ocurrió a esta buena mujer invitarme a ese bar, pero caramba era un concierto de STING y yo ya tengo también manchas en las manos!