Cuando tienes dos softwares.

Cuando tienes dos softwares.

Hoy que los independentismos están en boga. Me permito hablar desde mi doble nacionalidad.

Cuando tienes dos softwares.

Acabo de regresar de los Países Bajos.

Mi madre, nació en Tilburg (Brabante del Norte) y mi padre en Málaga (Andalucía) así que me crie entre dos culturas.

Pudieran decir que nací “confuso” o con la “leche cambia”.

Siempre acompaña a mi vida la misma preguntita: ¿tú que te sientes español o neerlandés?

Llega un partido de fútbol entre las ambas selecciones y hasta mis hijos me abroncan.

Yo les digo que me cuesta alegrarme o enfadarme con alguna de mis dos patrias. Y no me comprenden.

De niño, jugaba a las bolas de cristal con mis amigos de Pedregalejo. Pero nunca se me ocurría llevarlas a casa de mi tío Fred en el pólder de Hedel.

Porque las canicas en el país de las vacas son un juego “exclusivamente de niñas”.

Y, sin embargo, sí que me ponía unas camisas, regalo de mis tías neerlandesas supercoloridas y ampliamente floreadas.

Durante mi formación en el Colegio León XIII y ayudado de mis “gafapastas”, obtuve sendos capones de mis compañeros. Además de algún comentario en voz baja sobre mi orientación por mi forma de vestir.

En una España donde lo elegante era engalanarse en azul, marrón y como mucho verde.

Cuando tienes dos softwares.

Bien dice D. José Antonio Marina que el lenguaje es el software de la mente.

Este se encuentra totalmente influenciado por la cultura:

Cuando vivo en Málaga.

Automáticamente se activa mi programa hispano y no hay espacio para el otro.

Ese es mi caso.  Entonces no actúo sino soy español: pienso en el gazpacho y me relamo de gusto.

Aprecio mi siesta.

Lloro escuchando a Bebo y el Cigala.

Y expreso mis sentimientos con la lengua de Cervantes.

El más rico idioma del mundo para contar cómo te sientes, para soltarle un piropo a la Pakilda o para rezar.

Sin embargo, esta semana pasada en Países Bajos, al bajarme del avión iba con mi grupo al parking del aeropuerto de Amsterdam.

Tras presentarme al conductor del autobús con un “Meneer Maes” (en el mundo neerlandés las presentaciones son mucho más formales que en España).

La programación NL saltó sobre la ES activándose.

Ya pensaba en comer Papas con Mahonesa, una sopa de guisantes, pan de hojaldre con carne picada dentro, un pote de mejillones y una cervecita.

Encontré el plano paisaje, los canales y el verde como habituales.

Aprecié mil detalles ocultos a los ojos de un turista.

Las calles estaban decoradas en naranja por doquier, mis gustos musicales cambiaron apeteciendo escuchar un poco de rap de Lange Frans & Baas B (ni lo intentéis).

En el camino al hotel, tomé el micrófono para introducir a mi grupo de la Línea de la Concepción unas breves pinceladas de la actualidad holandesa.

Durante la explicación hablé sobre el asesinato del productor de cine Theo Van Gogh, los esfuerzos del país por integrar a la comunidad inmigrante.

Comenté sobre el sistema educativo.

Y las diferentes razas de patos que estaban viendo.

El señor que nos hizo la asistencia en el aeropuerto le dijo al señor Maes: este hombre nos conoce bien.

Michael Maes contestó: él es uno de los nuestros (expresión muy de allí).

Su madre es holandesa.

Pasó la semana, y al tocar el aeropuerto de Málaga.

El calor, el beso de mi Pakilda, el olor a “espetos” en Rincón de la Victoria, eliminó cualquier rastro de la cultura NL.

Activándose el ES y pregunté: ¿Cuánto queda para los Juas? ¿Han preparado los niños una hoguera?

Bendita España, te quiero.

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Savitur

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